miércoles, 30 de septiembre de 2009

El gajo de muérdago

Confesión biográfica. Huyendo de la RAM, vine a leer La rama dorada. He aquí el cuadro de William Turner que, medio siglo después, dio lugar al libro de Frazer que lleva ese nombre. La obra empieza con esta complicidad:

"¿Quién no conoce la pintura de Turner de La Rama Dorada?"
Bueno, pues no la conocíamos.
Por comodidad, copio parte de un brevísimo resumen de La rama dorada, publicado en la Revista Multicolor que salía los sábados en el diario Crítica de Buenos Aires, titulada "Dioses y Reyes".
"Los dioses fueron creados por el hombre a su imagen y semejanza,  y éste, al principio, los imaginó capaces de muerte. (...) Si la muerte abate a los dioses que tienen su habitación en el cielo, no la podrá eludir aquel dios que habita un frágil tabernáculo de carne humana: el rey de ciertas naciones del África, de la Indochina y de Oceanía... Cuando las enfermedades o los años amenazan al hombre dios, el peligro general es enorme. El remedio es claro. El hombre-dios debe morir a la menor señal de decrepitud, y su alma indemne debe ser traspasada al sucesor, antes que padezca su integridad".
    Para Frazer, para Ovidio y Virgilio, esto ocurría en el bosque de Nemi, no lejos de Roma: cualquiera podía llegar y matar al sacerdote del templo de Diana. No sin antes tomar un gajo de muérdago (la Rama Dorada). Allí se quedaba, sabiendo que su destino era matar al próximo postulante, o morir allí. En el cuadro está pintado el postulante con la rama en alto, y el lago de Nemi al fondo.
  Como curiosidad, diré que la reseña mencionada arriba fue escrita por Jorge Luis Borges en julio de 1934.